El jefe de la estación apoya con timidez la pretensión del teniente; el duque se crece, el jefe cede... y el artillero llama á un cabo de la Guardia civil, que, enterado del caso, aplica la ley marcial al reglamento de ferrocarriles, y decreta que la viuda (él la hace viuda) y su teniente se queden en el reservado del duque, sin perjuicio de que éste se llame á engaño ante quien corresponda.
Pergamino protesta; pero acaba por calmarse y hasta por ofrecer un magnífico puro al militar, del cual acaba de saber, accidentalmente, que va en el expreso á incorporarse á su regimiento, que se embarca para Cuba.
—¿Con que va usted á Ultramar á defender la integridad de la patria?
—Sí señor, en el último sorteo me ha tocado el chinazo.
—¿Cómo chinazo?
—Dejo á mi madre y á mi mujer enfermas y dejo dos niños de menos de cinco años.
—Bien, sí; es lamentable... ¡Pero la patria, el país, la bandera!
Ya lo creo, señor duque. Eso es lo primero. Por eso voy. Pero siento separarme de lo segundo. Y usted, señor duque, ¿á dónde bueno?
—Phs... por de pronto á Biarritz, después al Norte de Francia... pero todo eso está muy visto; pasaré el Canal y repartiré el mes de Agosto y de Septiembre entre la isla de Wight, Cowes, Ventnor, Ryde y Osborn...
La dama del luto y del velo, ocupa silenciosa un