sublime, y dan lecciones al mundo, cuán austeras, lacónicas, desligadas de toda inútil imagen con sus máximas y sus preceptos de moral.
—Gallo de Gorgias, calla y muere.
—Discípulo indigno, vete y calla; calla siempre. Eres indigno de los de tu ralea. Todos iguales. Discípulos del genio, testigos sordos y ciegos del sublime soliloquio de una conciencia superior; por ilusión suya y vuestra, creéis inmortalizar el perfume de su alma, cuando embalsamáis con drogas y por recetas su doctrina. Hacéis del muerto una momia para tener un ídolo. Petrificáis la idea, y el sutil pensamiento lo utilizáis como filo que hace correr la sangre. Sí; eres símbolo de la triste humanidad sectaria. De las últimas palabras de un santo y de un sabio sacas por primera consecuencia la sangre de un gallo. Si Sócrates hubiera nacido para confirmar las supersticiones de su pueblo, ni hubiera muerto por lo que murió, ni hubiera sido el santo de la filosofía. Sócrates no creía en Esculapio, ni era capaz de matar una mosca, y menos un gallo, por seguirle el humor al vulgo.
—Yo á las palabras me atengo. Date...
Critón buscó una piedra, apuntó á la cabeza, y de la cresta del gallo salió la sangre...
El gallo de Gorgias perdió el sentido, y al caer cantó por el aire, diciendo:
—¡Quiquiriquí! Cúmplase el destino; hágase en mi según la voluntad de los imbèciles.
Por la frente de jaspe de Palas Atenea resbalaba la sangre del gallo.