¿Te espanta que yo sepa hablar? Pues ¿no me conoces? Soy el gallo del corral de Gorgias. Yo te conozco á tí. Eres una sombra. La sombra de un muerto. Es el destino de los discípulos que sobreviven á los maestros. Quedan acá, á manera de larvas, para asustar á la gente menuda. Muere el soñador inspirado y quedan los discípulos alicortos que hacen de la poética idealidad del sublime vidente una causa más del miedo, una tristeza más para el mundo, una superstición que se petrifica.
—¡Silencio, gallo! En nombre de la Idea de tu género, la naturaleza te manda que calles.»
—Yo hablo, y tú cacareas la Idea. Oye, hablo sin permiso de la Idea de mi género y por habilidad de mi individuo. De tanto oir hablar de Retórica, es decir, del arte de hablar por hablar, aprendí algo del oficio.
—¿Y pagas al maestro huyendo de su lado, dejando su casa, renegando de su poder?
—Gorgias es tan loco, si bien más ameno, como tú. No se puede vivir junto á semejante hombre. Todo lo prueba; y eso aturde, cansa. El que demuestra toda la vida, la deja hueca. Saber el por qué de todo es quedarse con la geometría de las cosas y sin la substancia de nada. Reducir el mundo á una ecuación es dejarlo sin pies ni cabeza. Mira, vete, porque puedo estar diciendo cosas así setenta días con setenta noches: recuerda que soy el gallo de Gorgias, el sofista.
—Bueno, pues por sofista, por sacrílego y porque Zeus lo quiere, vas á morir. ¡Date!