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ba con fuerza el Nordeste y cubierto venía el cura. Al llegar á la glorieta, echó mano al sombrero, hizo muy airosa cortesía y se volvió á cubrir. Puestos en pie nosotros, imitamos su gesto.

¿Y..... el sombrero? ¿El sombrero del señor cura?

El sombrero del señor cura no tenía nada de particular. No era nuevo, sin duda, pero estaba limpio y sin abolladuras; el pelo teníalo bastante bien conservado, y no nos pareció ni demasiado alto ni demasiado bajo, ni de alas sobrado anchas, ni muy estrechas; y la forma de la copa ni demasiado curva nos pareció, ni de cilindro desairado ni de tronco de cono; era un sombrero de copa alta aproximadamente como los que nosotros habíamos dejado en casa.

Todos nos volvimos hacia Morales, como pidiéndole cuenta de aquella decepción.

Morales encogió los hombros.

Mientras el cura saludaba particularmente al amo de la casa, un pollo de Madrid, gente nueva, preguntó á Morales en voz baja:

—¿Pero es el mismo?

—¡Eso sí; el mismo!

—¿Y entonces?...

—Sin duda..... como no lo he visto en tres años... y entonces era tan diferente la moda...

—Eso es, me atreví yo á decir: el tiempo ha hecho otra vez de moda el sombrero antediluviano del señor cura.

Morales, el pollo gente nueva, y algunos otros, se turbaron un poco por culpa de mis palabras.