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humanidad civilizada y á medio civilizar decidió ganar la inmortalidad para el hombre, costase lo que costase; pero...»



¿A qué gato se le ponía el cascabel? ¿Quién iba á ser el único inmortal entre los vivos, el nuevo Adán, fundador de la raza de los inmortales?—Algunos sabios empezaron á protestar, diciendo que la cosa no era tan ventajosa como se creía; que era una inmortalidad ontogénica, no filogénica.

—¡Mentira!—replicó don Anastasio,—no se salva sólo un individuo, sino la especie, mediante los descendientes de un individuo.

—Bueno; pero, ¿quién va á ser el afortunado... inmortal?

—¡El Papa!—dijeron unos.

—El Emperador de la China,—dijeron los chinos.

—El Rey de Inglaterra,—dijeron los ingleses.

—Nuestro amo...—gritaron los alemanes.

—El Presidente de la República,—exclamaron los franceses: et sic de cœteris.

Los españoles se creyeron llamados á escojer el