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el equilibrio: ha dado contra un bajo de cieno que nadie sospechaba...

Y, si el parecido con la nave del Estado no es completo aun, véase la disposición de los pasageros. Bajo-cubierta asoman rostros morenos y cabezas negras, tipos de indios, chinos y mestizos, apiñados entre mercancías y baúles, mientras que allá arriba, sobre-cubierta y bajo un toldo que les protege del sol, están sentados en cómodos sillones algunos pasageros á la europea, frailes y empleados, fumándose sendos puros, contemplando el paisaje, sin apercibirse al parecer de los esfuerzos del capitán y marineros para salvar las dificultades del río.

El capitán era un señor de aspecto bondadoso, bastante entrado en años, antiguo marino que en su juventud y en naves más veleras se había engolfado en más vastos mares y ahora en su vejez tenía que desplegar mayor atención, cuidado y vigilancia para orillar pequeños peligros... Y eran las mismas dificultades de todos los días, los mismos bajos de cieno, la misma mole del vapor atascada en las mismas curvas, como una gorda señora entre apiñada muchedumbre, y por eso á cada momento tenía el buen señor que parar, retroceder, ir á media máquina enviando, ora á babor ora á estribor, á los cinco marineros armados de largos tikines para acentuar la vuelta que el timón ha indicado. Era cómo un veterano que, después de guiar hombres en azarosas campañas, fuese en su vejez ayo de muchacho caprichoso, desobediente y tumbón!

Y doña Victorina, la única señora que se sienta en el grupo europeo, podrá decir si el tabo era tumbón desobediente y caprichoso, doña Victorina que como siempre está nerviosa, lanza invectivas contra los cascos, bankas, balsas dé coco, indios que navegan, y aun contra las lavanderas y bañistas que la molestan con su alegría y algazara! Sí, el Tabo iría muy bien si no hubiese indios en el río, indios en el país, sí! si no hubiese ningún indio en el mundo, sin fijarse en que los timoneles eran indios, indios los marineros, indios los maquinistas, indios las noventa y nueve partes de los pasageros é india ella misma también, si le raspan el blanquete y la desnudan de su presumida bata. Aquella mañana, doña Victorina estaba más inaguantable que nunca porque los pasageros del grupo hacían poco caso de ella, y no le faltaba razón porque consideren ustedes: encontrarse allí tres frailes convencidos de que todo el mundo andaría al revés el día en que