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acercarse a la familia Zinenko, que estaba un poco apartada. Las otras señoras evitaban visiblemente ponerse en contacto con ella. Bobrov esperaba así encontrar un momento favorable para preguntar a Nina, aunque sólo con la mirada, por qué le manifestaba tanta indiferencia.

Al saludar a la madre y besarle la mano, la miró a la cara, tratando de adivinar si sabía algo.

Sí; la señora Zinenko sabía algo, sin duda: frunció las cejas con aire de disgusto y sus labios adquirieron una expresión altanera.

"Probablemente—pensó Bobrov—, Nina se lo ha contado todo a su madre y ésta la ha reñido.” Se acercó a Nina con paso decidido; pero ella ni siquiera le miró. Cuando le apretó la mano, sintióla fría e inmóvil. En vez de contestar a su saludo, Nina se volvió a su hermana Beta y le dijo algunas palabras insignificantes.

Bobrov presintió en aquella maniobra algo cobarde, culpable. Era evidente que Nina le evitaba. La inquietud hizo presa en su corazón. Apenas se podía tener en pie. No comprendía qué significaba aquello. Aunque hubiera tenido Nina la imprudencia de contárselo todo a su madre, y aunque soportara una escena desagradable, podía, sin embargo, decirle con una de esas miradas rápidas y llenas de elocuencia, de las que las mujeres poseen tan admirablemente el secreto: "¡Sí, lo has adivinado; mi madre lo sabe todo, pero no te inquietes: no han mudado mis sentimientos