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Mira, cuando vamos a coger la leña, los guardas, que son unos perros, nos echan a golpes de "nagaika"...

—Desde mañana podéis ir a coger leña; no se os hará nada—dijo Kvachnin para calmarlas—.

¡Y ahora volved a vuestras casas a hacer la comida! ¡Ea, a escape, mujeres! ¡Una, dos, tres!...

Luego, dirigiéndose a Chelkovnikov, dijo a media voz:

—Dé usted órdenes para que pongan mañana, junto a las barracas, unos cuantos ladrillos... Dos carros bastarán; eso las calmará por mucho tiempo.

Las mujeres se fueron muy contentas.

Si no nos ponen estufas, haremos venir a los ingenieros para que nos den calor!—dijo a Kvachnin la joven bonita a quien había ordenado minutos antes que hablara.

— Naturalmente!—aprobó otra—. O si no que venga el mismo gran jefe a calentarnos. ¡Mirad qué gordo está! ¡Debe dar más calor que una estufa!...

Este episodio inesperado, que tuvo un desenlace tan favorable, regocijó mucho a todos los reunidos. Kvachnin mismo, que al principio se había enfadado con Chelkovnikov, rió de buena gana al oír la invitación de las mujeres a que fuera a calentarlas, y cogió del brazo al director, con aire de conciliación amistosa.

—Ya lo ve usted, querido—le dijo subiendo con él la escalinata de la estación—, hay que saber