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indicando con el dedo a una joven de alta estatura, que, a pesar de la palidez de su rostro, era bastante bonita—cuéntame¿qué es lo que pasa?

Que se callen las demás.

La mayor parte de las mujeres callaron, pero sin dejar de llorar, secándose las lágrimas con las franjas de sus faldas sucias. Así y todo, más de veinte veces se pusieron a hablar a la vez.

—Nos morimos de frío, padrecito... Sólo tú puedes sacarnos de esta situación... ¡No podemos ya más!... Se acerca el invierno y vivimos en las barracas... Imposible permanecer allí... Las barracas están hechas de madera podrida... Ahora sufrimos en ellas un frío terrible por las noches, ¿qué será en el invierno?... ¡Tenga piedad de nuestros niños! Al menos, que nos pongan estufas. Tenemos que guisar la comida fuera, al aire libre. Nuestros hombres están trabajando todo el día, y cuando vuelven, ni siquiera pueden calentarse un poco... ¡Nadie más que tú puede salvarnos, padrecito!...

Kvachnin se sentía como cogido en una red.

Le cerraban el paso por todas partes las mujeresarrodilladas. En cuanto hacía alguna tentativa de abrirse paso, reteníanle cogiéndole las piernas y los faldones de su largo gabán gris. Convencido de su impotencia, hizo una señal a Chelkovnikov, a quien costó gran trabajo unirse con él a través de aquel círculo viviente.

—Ha oído usted? ¿Qué es esto?—preguntó Kvachnin con cólera.