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querido usted decir "yo y el señor Kvachnin".

Ahora bien, tengo el honor de manifestarle, que, si bien aceptaría esta amabilidad del señor Kvachnin, quizá no la quisiera aceptar de parte del señor Sveyevsky...

¡No, no, no es eso!...—se apresuró a balbucear Sveyevsky, en extremo confuso—. No me ha comprendido usted. Naturalmente, es Basilio Terentevich el que paga sólo todos los gastos...

Yo no soy más... que su hombre de confianza..su agente, si usted quiere —añadió con una sonrisa agridulce.

Casi en el mismo momento en que salía del depósito el tren especial, se vió llegar a la familia Zinenko, acompañada de Kvachnin y de Chelkovnikov.

A su llegada ocurrió un incidente tragicómico.

Las mujeres, las hermanas y las madres de los obreros de la fábrica, que habían oído hablar de la merienda proyectada, se habían reunido en la estación desde por la mañana. Muchas de ellas llevaban a sus hijos en brazos. Con una paciencia inagotable, aquellas desgraciadas, escuálidas, harapientas, esperaban desde hacía muchas horas, sentadas en la escalera de la estación, en el suelo, a lo largo de la pared. Eran más de doscientas. Cuando los empleados de la estación les preguntaron qué hacían allí, respondieron que esperaban al "gordo jefe rojo". Los empleados quisieron expulsarlas, pero ellas empezaron a gritar de tal modo que hubo que dejarlas en paz.