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locomotora, salieron del depósito seis coches de primera clase destinados a conducir a los invitados hasta la pequeña estación situada a quinientos pasos del Barranco Verde.

—¡Señores!—dijo con tono solemne Sveyevsky, dirigiéndose a los concurrentes—. Basilio Terentevich Kvachnin me ha encargado que os diga que él solo paga los gastos de la excursión.

Luego, pasando de un grupo a otro, iba repitiendo la misma frase:

—Señores! Basilio Terentevich está encantado del recibimiento que se le ha hecho, y se holgaría mucho de poder hacer algo a su vez. Paga todos los gastos de su bolsillo...

Sin poder contenerse, como un lacayo envanecido de la generosidad de su amo, añadió:

—¡Hemos gastado en la excursión tres mil quinientos rublos!

—Usted y el señor Kvachnin? — preguntó, detrás de él, una voz irónica.

Sveyevsky volvió vivamente la cabeza y vió que había sido el señor Andrea el que le había hecho aquella pregunta embarazosa. El belga le contemplaba con su mirada impasible, con las manos sepultadas en los anchos bolsillos de sus pantalones.

—¿Qué decía usted? —preguntó Sveyevsky, que se había puesto muy encarnado.

—Es usted el que ha dicho: "nosotros hemos gastado tres mil rublos algo mas". Puedo legítimamente suponer que al decir "nosotros" ha