Página:El dios implacable - Kuprin (1919).pdf/87

Esta página no ha sido corregida
83
 

Sveyevsky se acercaba; no estaba ya más que a una docena de pasos. Nina se inclinó de pronto hacía Bobrov, acarició con la mano el puño de su látigo, y le dijo muy bajito, con el tono de una niña que reconoce su falta:

—Basta, amigo mío; no se enfade usted. ¡Le devolveré el caballo, ya que es usted tan malo!

¡Mire usted qué importancia doy a su opinión!...

Una felicidad infinita invadió el corazón de Bobrov. Sus manos, con un movimiento involuntario, se tendieron hacia Nina. No dijo nada, pero lanzó un largo suspiro de alegría. Sveyevsky le saludó con indiferencia.

— Naturalmente, estará usted ya corriente de nuestra proyectada merienda?—le preguntó.

—No; es la primera vez que oigo hablar de ello.

—Se organiza, por deseos del señor Kvachnin... En el Barranco Verde...

—No sabía nada.

—Sí—dijo Nina—. Será muy divertido. Venga usted también. El miércoles, a las cinco de la tarde, "Rendez—vous" en la estación...

—¿Es el personal el que organiza por cuenta suya esa excursión?

—Es posible; no sé bien—respondió Nina, interrogando a Sveyevsky con la mirada.

—Sí, es el personal—continuó éste. Naturalmente, el señor Kvachnin toma una gran parte en ello. Me ha encargado de algunos preparativos, y debo decirle a usted que la merienda será algo colosal, extraordinariamente "chic". Esto se