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Se murmuraba mucho de todo esto entre el personal de la fábrica. Bobrov, como es natural, fué puesto al corriente. No le sorprendió. Conocía la moral de la familia Zinenko, que apreciaba en su justo valor. Temía solamente que las malas lenguas no perdonaran tampoco a Nina.

Desde su última conversación con ella en la estación, la quería todavía más. A él sólo le había abierto su alma, llena de belleza, a pesar de las pequeñas flaquezas y vacilaciones. "Los otrospensaba Bobrov—, no ven más que el exterior, el tocado, el rostro; mientras que yo conozco su alma." Los celos, con sus cínicas dudas, el amor propio irascible, con su mezquina vulgaridad, eran completamente extraños a la naturaleza delicada y confiada de Bobrov.

No había sentido nunca un verdadero y sincero amor. Demasiado tímido, desconfiaba de sí mismo, y no se atrevía a tomar en la vida su parte de felicidad. Y ahora se entregaba de todo corazón al nuevo y fuerte sentimiento ignorado hasta el presente.

Todos aquellos días estuvo bajo el encanto de su entrevista con Nina en la estación. De continuo recordaba, en sus más mínimos detalles, aquella conversación. Las más insignificantes palabras de Nina revestían para él una importancia suprema. Por la mañana, se despertaba con el sentimiento vago de algo grande y luminoso que se entraba en su corazón como promesa de felicidad infinita.