Página:El dios implacable - Kuprin (1919).pdf/72

Esta página no ha sido corregida
68
 

tomado las disposiciones necesarias para que los accionistas, que habían venido con él, pudieran ver la fábrica en sus dimensiones colosales y su actividad febril. Había calculado que aquellos señores, asombrados ante una serie de impresiones fuertes e inesperadas, contarían luego milagros a la asamblea que los había delegado. Conocía a fondo la psicología humana, y estaba seguro de que la asamblea, después de oír las relaciones de sus delegados, aceptaría una nueva emisión de acciones, emisión a que se había opuesto hasta el presente, y que era muy ventajosa para él.

Sí; sus cálculos estaban bien hechos. En efecto, los accionistas quedaron tan impresionados, que les dolía la cabeza de tantos ruidos infernales. Pálidos de emoción, habían oído el paso del aire comprimido por cuatro enormes tubos, de ocho metros de largo cada uno; el ruido hacía temblar los muros de piedra. Por aquellos tubos de hierro colado, de cuatro metros de ancho, el aire se trasladaba a poderosos recipientes, en donde, por medio del gas, era calentado hasta la temperatura de 600 grados; desde allí penetraba en el interior del alto horno, donde fundía, con su soplo ardiente, el mineral y el carbón.

El ingeniero que dirigía aquel taller daba las explicaciones necesarias. Pero aunque se inclinaba al oído de cada uno de los accionistas y gritaba con todas sus fuerzas, el ruido de las máquinas impedía oirle, y sólo podía verse el movimiento de sus labios.