Página:El dios implacable - Kuprin (1919).pdf/70

Esta página no ha sido corregida
66
 

la industria, que salían todas las mañanas de sus frías barracas para llevar a cabo inauditas hazañas de paciencia y de valor.

Tales eran las reflexiones de Bobrov, siempre dispuesto al análisis. Hacía largo tiempo que había perdido la costumbre de las ceremonias religiosas; pero cuando el coro respondía, con gritos armoniosos, a las palabras del pope, sentía una profunda emoción. Había algo de conmovedor en la resignación con que rezaban aquellos humildes trabajadores, venidos de todos los ámbitos de Rusia, desterrados, arrancados de sus familias y de sus hogares por las necesidades imperiosas de la vida cotidiana.

El oficio religioso terminó pronto.

Kvachnin, negligentemente, arrojó una moneda de oro al foso; según la costumbre, debía arrojar un puñado de tierra; pero su gordura no le permitía inclinarse, y Chelkovnikov le reemplazó en esta ceremonia. Después, fueron todos a los altos hornos, que alzaban sobre sus bases de piedra las torres negras, redondas y macizas.

El quinto alto horno, recién construído, estaba ya en plena actividad. En la parte baja, a unos 70 centímetros del suelo, se había abierto un agujero, de donde salía, en ancha banda hirviente, el metal fundido, que expandía a su alrededor pequeñas llamas azules. El metal fundido corría hacia unas grandes calderas, que estaban cerca del agujero, y se enfriaba en ellas, convirtiéndose en una densa masa negruzca. Los obreros,