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liz del mundo... Es necesario que se lo diga a usted todo... No es cosa de dejar a un lado eternamente esta cuestión.. Por otra parte, estoy seguro de que usted ha adivinado hace mucho tiempo...

No terminó: el valor que acababa de sentir le abandonó de nuevo.

— Adivinado qué?—preguntó Nina, con una indiferencia fingida, pero con voz ligeramente temblorosa y los ojos bajos.

Esperaba una declaración de amor, que es siempre cosa que turba los corazones de las jóvenes, participen o no de aquel sentimiento. Sus mejillas enrojecieron.

—Ahora, no... otro día cualquiera...—balbuceo Bobrov. Ni el sitio ni las circunstancias se prestan a que se lo diga ahora. No, no; se lo suplico; ahora, no...

—Como usted quiera. Pero, al menos, dígame:

¿por qué se enfadó usted?

—Mire usted, anoche entré yo en su salón muy feliz, profundamente conmovido y...

—Quedó usted desagradablemente sorprendido por la conversación sobre las riquezas de Kvachnin, no es eso?—preguntó Nina, con ese don de adivinación que poseen a veces hasta las mujeres poco inteligentes—. Sí, he adivinado?

Acercó su rostro al de él y lo envolvió en una mirada profunda y acariciadora.

—Responda usted francamente; no debe usted ocultar nada a su amiga.

Hacía tres o cuatro meses, dando un paseo en