lúgubre resplandor de la fábrica; sus ojos brillaban, sus cabellos caían en desorden sobre la frente.
¡Helo aquí!—gritó iracundo. ¡Ese Moloch nunca harto de sangre humana! ¡Oh, sí, sí; eso es el progreso, la cultura floreciente, las máquinas grandiosas. Pero, piénselo usted... ¡Veinte años de vida en un día! Le juro a usted que a veces yo mismo me considero como un asesino...
"¡Dios mío, se vuelve loco!", se dijo el doctor horrorizado. E intentaba calmar a Bobrov.
—¡No hablemos más de eso, querido amigo, se lo ruego! No vale la pena atormentarse por todas esas cosas. Mejor es que cierre usted la ventana; hay humedad y puede usted coger un resfriado.
Vuélvase usted a la cama; voy a darle a usted un poco de bromuro.
"¡Es un verdadero maniático!", pensó, mientras conducía a Bobrov al lecho.
Bobrov se dejó llevar; pero cuando estuvo ya en la cama, se echó a llorar, con espasmos histéricos.
El doctor permaneció al lado de su amigo hasta una hora avanzada de la noche, acariciándole los cabellos y tratando de calmarle con palabras afectuosas.
VI
Al día siguiente tuvo lugar la recepción solemne de Basilio Terentevich Kvachnin en la estación de Ivankovo, la más próxima a la fábriEL DIOS