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sos por todas partes. Llamas azuladas y verdes danzaban en la superficie. El cielo, por encima de la fábrica, estaba rojo como durante un incendio.

En el fondo, dibujábanse muy distintamente las partes superiores de las chimeneas, mientras las inferiores desaparecían en una niebla grisácea que se levantaba de la tierra. Aquellas bocas gigantescas escupían continuamente espesas columnas de humo, que, en lo alto, formaban una sola nube gruesa, caótica, ora blanca como el algodón, ora gris como el plomo, que se alejaba lentamente hacia el Este. Monstruosas linternas, que parecían descender del cielo, arrojaban luces blanquecinas sobre los contornos. Aquellas luces temblorosas proyectaban fantásticos matices en la nube de humo que se cernía sobre el conjunto. De vez en cuando una tempestad de fuego y de humo irrumpía de los altos hornos, con un ruido semejante al del trueno. En esos momentos, toda la fábrica, con sus innumerables talleres, casas y depósitos, aparecía iluminada por la claridad lúgubre y espantosa de los altos hornos; las torres de hierro semejaban torreones de un viejo castillo legendario. En filas regulares, ascendían al cielo las llamaradas de los hornos donde ardía el coque. A veces algunos de estos hornos resplandecían de tal modo, que semejaban los ojos sangrientos de un gigante. La luz eléctrica unía su claridad pálida con la llama púrpura del hierro ardiente. Por todas partes se oía un ruido infernal.

El rostro de Bobrov estaba iluminado por el