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trabajaba por cuenta de otra Compañía de capitalistas que quería, a toda costa, arruinar a sus concurrentes y comprar la fábrica por poco más de nada. Ahora la Empresa, desmesuradamente engrandecida, marcha muy bien. Pero yo sé que ochocientos obreros, cuando quebraron los primeros fundadores, no percibieron el jornal de dos meses. ¡Esa es la garantía del trabajo! Basta que las acciones de una Sociedad bajen en Bolsa, para que el salario del obrero baje también. Y usted debe saber por qué procedimientos se hacen subir o bajar las acciones. Basta llegar a Petersburgo y decir confidencialmente a un agente de Bolsa cualquiera que se desean vender acciones por valor de trescientos mil rublos, pero a condición de que nadie conozca el proyecto de antemano; luego, se le dice lo mismo a un segundo, a un tercero y a un cuarto agente, siempre en tono confidencial..., e inmediatamente las acciones bajan unas cuantas docena de rublos. Cuanto más secretamente se proceda, con más regularidad y rapidez bajan las acciones. El trabajo está, pues, bien garantizado, ¿no es verdad?

Bobrov abrió la ventana. El aire fresco penetró en la habitación.

¡Mire usted, doctor!—exclamó señalando con el dedo la fábrica.

Goldberg se irguió, apoyándose sobre el codo, y miró en la dirección indicada. En el inmenso espacio que se veía hasta el horizonte, brillaban en la noche montones de piedra calcárea, disper-