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Boris Godunov no hubiera podido soñar con cifras semejantes. Y esos treinta mil hombres sacrificarán cada día ciento ochenta mil horas de su vida; es decir, siete mil quinientos días... Si calcula usted el número de años que hace esto...

—Eso hará unos veinte años—dijo el doctor.

¡Sí, veinte años sacrificados en un solo día!" —exclamó Bobrov—. En dos días, nuestra maldita fábrica devora cuarenta años; es decir, un obrero entero! ¡Ah, Dios mío! Los pueblos salvajes, los asirios, o como se les quiera llamar, sacrificaban hombres vivos a sus ídolos Moloch, Dagón y demás. Pero aquellos dioses crueles rugirían de indignación y de cólera si oyeran las cifras que le acabo de citar a usted: no se les sacrificaba tanto como se sacrifica hoy a los dioses del progreso contemporáneo...

Aquella estadística poco vulgar no se le había ocurrido hasta entonces a Bobrov. Como todos loshombres impresionables, caía a veces en ideas inesperadas durante la conversación. Aquellas cifras impresionaron profundamente a los dos amigos.

—Sí, eso es espantoso!—dijo el doctor—. Su estadística quizá no sea muy exacta, pero sin embargo... cuando se piensa en eso...

¡Ah, mi querido amigo!— continuó Bobrov, con dolor aún más intenso—. Podría establecerse una estadística xacta de la cantidad de vidas humanas que el progreso sacrifica a cada paso que da. El famoso carro del progreso deja tras sí víc-