Página:El dios implacable - Kuprin (1919).pdf/46

Esta página no ha sido corregida
42
 

42 Atiborramos a los enfermos de fenacetinas, cocaínas y demás remedios, pero nos olvidamos de que a veces puede curarse a un enfermo con un vaso de agua pura, a condición, por supuesto, de hacerle creer que aquel agua tiene una gran virtud contra su enfermedad. Créame usted, en el 90 por 100 de los casos, es precisamente esa fe la que cura. Y nosotros, los médicos, nos servimos mucho de ella, imponiéndosela a los enfermos. Un buen médico, amigo mío, me decía una vez que los cazadores cuidan a sus perros enfermos con más inteligencia que nosotros cuidamos a los pacientes. ¿Verdad, amigo mío, que esto no es como para sentirse muy orgulloso? A pesar de todo, no permanecemos con los brazos cruzados.

Hacemos lo que podemos. La vida es así: impone compromisos. Aliviamos, después de todo, los dolores de nuestros enfermos, aunque no sea más que por nuestro aplomo, nuestro aire grave y sabio, que les inspira fe. Esto ya es algo...

—Son ustedes demasiado modestos. A veces, hacen ustedes grandes cosas. Por ejemplo, ese albañil de que usted me ha hablado. Le ha extraído usted unas esquirlas del cráneo...

¡Bah!... ¡Un cráneo arreglado!... No es gran cosa. En cambio, ustedes, los ingenieros, dan trabajo a un número incalculable de hombres. Ya en la escuela nos enseñaban que el zar Boris Godunov, "para atraerse el amor del pueblo", emprendió grandes construcciones públicas que daban trabajo a un ejército de obreros. Ustedes siguen