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Aunque Bobrov y el doctor no estaban jamás de acuerdo, y a veces eran sus discusiones muy acaloradas, no podían prescindir el uno del otro y se veían a diario.

Bobrov había adivinado; encontró al doctor tendido en un diván, leyendo un folleto, que acercaba mucho a sus ojos miopes. Echando una mirada sobre el folleto, Bobrov reconoció su "Manual de Metalurgia", y una sonrisa floreció en sus labios. Sabía la costumbre del doctor de leer con el mismo interés, empezando siempre por la mitad, todos los libros y folletos que caían en sus manos.

¡Buenas noches! —dijo el doctor—. Ya he mandado preparar te, sin esperar su llegada.

Dejó el folleto y miró a Bobrov por encima de las gafas.

—Bueno, ¿cómo está usted, querido Andrey Ilich? ¡Parece que no está usted de buen humor!

Otra vez la melancolía?

—¡Ah, doctor, qué insoportable es la vida!

—¿Y por qué?

—En general... todo es malo... Bien, doctor, ¡y su hospital? ¿Qué tal va?

—Así, así. Esta mañana he tenido un caso quirúrgico muy interesante. A fe mía, era gracioso y emocionante al mismo tiempo. Figúrese usted:

llevan al Hospital a un enfermo... un joven albañil de la aldea de Masal. Como usted sabe, todos los mozos de Masal son muy fuertes... verdade.