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fácil de creer." ¡Y así en todo, absolutamente en todo! Créame usted, se lo ruego: los hombres de corazón y de ingenio...

¡Le suplico que me deje en paz con su moral!... interrumpió Nina.

Bobrov se calló, malhumorado.

Durante algunos minutos, estuvieron el uno junto al otro, sin proferir una palabra, sin moverse. De pronto, oyeron la voz poderosa de Muller que cantaba en el salón:

En medio del gentío clamoroso de un baile, una noche te encontré por acaso, y te miré, mas no te pude ver a través del misterio que envolvía tu faz.

Muller cantaba muy bien, y Bobrov le escuchaba con placer. Ahora lamentaba haber ofendido a Nina. Pensaba que no había razón para exigir de aquella niña originalidad y audacia de pensamiento. ¿A qué fin? Es como un pájaro; dice lo primero que se le viene a la cabeza. Y ¿quién sabe? Quizá aquello valía más que todas las conversaciones espirituales sobre la emancipación de la mujer, sobre Nietzsche, o sobre la literatura moderna....

¡No se enfade usted, Nina Grigorievna!dijo en voz muy baja—. Me he extralimitado y he dicho tonterías...

Nina no respondió. Volvió la cabeza y se puso a mirar a la luna.

El encontró en la oscuridad su mano, que caía