Página:El dios implacable - Kuprin (1919).pdf/31

Esta página no ha sido corregida
27
 

Era grata costumbre en aquella casa hacer rabiar a todo el mundo con un pretexto cualquiera.

Después de dar unos golpecitos en el cuello a su caballo y encomendarle a los cuidados de un criado, estrechó Bobrov la mano de Nina, y entró con ella en el salón. La señora Zinenko, que estaba a la mesa, junto al samovar, aparentó sorprenderse mucho de la visita.

¡Andrey Ilich! ¡Al fin nos honra usted con su presencia!—exclamó.

Y tendiéndole la mano para que la besara, le preguntó con su fuerte voz nasal:

—¿Te? ¿Leche? ¿Manzanas? ¿Qué desea usted?

—Gracias, Ana Afanasievna—dijo él.

—Merci oui, ou merci non?

Algunas palabritas francesas exornaban habitualmente la conversación de la familia Zinenko.

Bobrov no quería nada.

—Pues bien, entonces venga a la terraza: los jóvenes están allí jugando a no sé qué—propuso complaciente la señora Zinenko.

Cuando Bobrov hizo su aparición en la terraza, las cuatro señoritas, a una, y en el mismo tono que su madre, gritaron con fingida extraneza:

—¡Andrey Ilich! ¡Qué sorpresa!¡Cuánto tiempo sin verle! ¿Qué quiere usted? ¿Te? ¿Leche?

Manzanas? No quiere usted nada? No lo haga por cumplido. Pues bien; si no quiere usted nada, siéntese y tome parte en nuestro juego.