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estaban a disposición de Bobrov y se encontraban en su cuadra.

Le has dado de beber?—preguntó Bobrov al cochero.

Este no se dió prisa en responder. Al igual de todos los buenos cocheros rusos, era muy lento en sus movimientos y en su conversación.

—¡Naturalmente, Andrey Ilich!—se dignó contestar al fin. Por supuesto, que le he dado de beber... ¿Quieres estarte quieto, cochino animal?

—gritó con cólera al caballo, que intentaba otra vez coger con los dientes la manga del cochero.

Luego añadió:

—¡Qué impaciente está hoy! No hay manera de sujetarle. Quiere dar una carrera con usted.

No era cosa fácil montarle. Siempre que lo intentaba Bobrov, ocurría lo mismo. El caballo, al ver acercarse a su amo, bajó la cabeza y se puso a golpear el suelo con sus patas traseras, esparciendo el barro por todas partes. Bobrov, que había cogido la brida, trataba en vano de saltar sobre su lomo.

¡Déjame, Mitrofan!—gritó al cochero, que quería ayudarle. Y al mismo tiempo, tirando con todas sus fuerzas de la brida, hizo levantar la cabeza al animal, y saltó sobre la silla.

Al sentir las espuelas, "Farvater" se tranquilizó, y, moviendo la cabeza, salió al galope.

La carrera rápida, el viento frío, que silbaba en sus oídos, el olor fresco, el aire de los campos húmedos, reanimaron a Bobrov. No estaba ya tan