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explicaron. El joven supo que la muchacha se veía obligada a aquel matrimonio por su madre, que, antes de venderla a Kvachnin, quería salvar las apariencias. Después de reflexionar un poco, el joven dijo a la novia: "Quiere usted que les hagamos una trastada? Los dos somos jóvenes; tenemos delante de nosotros toda la vida; podemos ser felices." La muchacha no carecía de valor y decisión. "Bien—dijo—; acepto." Acabada la ceremonia, salieron de la iglesia. Kvachnin estaba radiante. El joven había percibido ya la suma convenida, una cantidad bastante grande, porque en estos casos, Kvachnin es muy espléndido. Kvachnin se acercó a los recién casados y les felicitó en tono irónico. Ellos le ron las gracias, le saludaron y, de pronto, se ¿comodaron en el coche. "¡Eh! ¿Qué es eso?—gritó Kvachnin—. ¿Dónde van?" "¿Cómo que dónde vamos? A la estación: ¡vamos a hacer nuestro viaje de novios! ¡Arrea, cochero!" Kvachnin quedó consternado, con la boca abierta... ¡Era tan chusco aquello! En otra ocasión, tuvo también un contratiempo... Se va usted ya, Andrey Ilich ?

Bobrov, con aire decidido, se puso el sombrero y se abotonó el capote.

—Perdone usted—dijo secamente—. No tengo tiempo que perder. En cuanto a su anécdota, ya la había oído o leído en alguna parte. ¡Hasta la vista!

Y volviendo la espalda a Sveyevsky, salió del taller con paso rápido.