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no comprendía nada de lo que pasaba a su alrededor, y no sentía ni miedo ni vergüenza.

El doctor dijo algo al oído del comandante del batallón; luego, con paso rápido, volvió a colocarse entre los oficiales. Inmediatamente, a una señal del comandante, Baygusin fué rodeado por cinco soldados. Uno de ellos, con un tambor, se adelantó al grupo y esperó la orden, con la mano derecha levantada.

Baygusin comenzó a quitarse el capote, pero lo hacía tan lentamente que los soldados que le rodeaban se vieron obligados a ayudarle. Durante algunos instantas vaciló, no sabiendo qué hacer del capote que se había quitado; al fin, lo extendió cuidadosamente en el suelo y continuó desnudándose. Su cuerpo era muy moreno y delgadísimo. Kozlovsky pensó que debía tener frío en aquella mañana de otoño.

Después de haberse desnudado, Baygusin se quedó inmóvil. Se le explicó por señas que tenía que echarse en tierra. Lentamente se puso primero de rodillas y después se echó sobre el capote extendido, con el rostro contra el suelo. Un soldado, inclinándose sobre él, le sujetaba la cabeza; otro, se sentó sobre sus piernas. Un suboficial se puso a un lado para contar los golpes. En aquel momento vió Kozlovsky a ambos lados de Baygusin sendos haces de varas.

El comandante del batallón hizo una señal y el tambor comenzó a golpear violentamente su instrumento. Los soldados que estaban a los lados