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otro como él. El informe anual más dudoso adquiere tal fuerza en sus labios, que los accionistas quedan persuadidos de que todo va a maravilla, y se apresuran a darle las gracias. ¡Ah, qué listo es! Y lo más pintoresco es que no conoce el negocio de que habla: es por el aplomo, por la audacia, por lo que gana la causa. Mañana, al oír su discurso de inauguración, le parecerá a usted que toda su vida se ha ocupado de altos hornos, y, sin embargo, entiende tanto de elloscomo yo de sánscrito.

Bobrov, fatigado por aquella charla, volvió la cabeza y se puso a tararear una canción.

—Otro rasgo pintoresco — continuó Sveyevsky Sabe usted cómo recibe a la gente en Petersburgo? Sentado en el baño, en cueros; no se ve más que su cabeza roja en la superficie del agua, y así sostiene la conversación. Sus interlocutores, con frecuencia grandes personajes, permanecen de pie ante él, inclinándose respetuosamente... Es un gran tragón, un gastrónomo de los finos. En todos los buenos restaurantes encontrará usted chuletas a la Kvachnin. Es también muy mujeriego... Hace tres años le sucedió una aventura extremadamente cómica...

Viendo que Bobrov se disponía a marcharse, Sveyevsky le sujetó por un botón y dijo con voz suplicante:

—Permítame usted que se la cuente... ¡Es tan chusca! Seré muy breve; dos palabras. Verá ted lo que pasó. Un joven llegó un buen día de