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Robado las botas.

—¡Y has robado también treinta y siete "copecs"?

—También treinta y siete "copecs".

Kozlovsky reanudó sus paseos. Estaba de muy mal humor. Lamentaba amargamente haber hablado a Baygusin de su madre y haber provocado así esa confesión. Antes de aquella confesión, no existía ninguna prueba decisiva del robo cometido. El sargento Piskun, el único testigo importante, no se atrevía a afirmar que Baygusin fuera el ladrón. Así, pues, aquel desgraciado tártaro podría haber salido del asunto con facilidad, en vista de la falta de pruebas concluyentes. Ahora, gracias al interés del oficial instructor, acababa de declarar la verdad. Por lo tanto, estaba perdido: su confesión tenía que ser escrita debidamente y, de ese modo, se convertiría en documento oficial.

"Es absolutamente necesario escribir esa confesión?—reflexionaba Kozlovsky—. Desde el punto de vista de la disciplina, es mi deber; pero desde el punto de vista humanitario, sería una mala acción. Como reincidente, Baygusin tendrá que recibir, sin duda, un castigo corporal, y será por mi culpa, por la confesión que le he arrancado hablándole de su madre. Por otra parte, no puedo pasar en silencio su confesión, tanto menos cuanto que tiene que ser interrogado por el capitán y el coronel... ¿Por qué diablos le habré preguntado si tenía madre? ¡Qué desgracia!"...