Página:El dios implacable - Kuprin (1919).pdf/197

Esta página no ha sido corregida
193
 

mismo, Kozlovsky, visitaba a gente distinguida, bailaba muy bien, leía periódicos y revistas y estaba en relaciones íntimas con una mujer hermosa, mientras que aquel pobre infeliz de Baygusin llevaba una vida miserable y llena de privaciones, no sabía leer ni escribir, vivía como una fiera enjaulada. Estas reflexiones llenaron su alma de tristeza.

Las tinieblas se hicieron más intensas, Kozlovsky casi no veía ya la figura del tártaro. En las paredes y en el techo jugueteaban de vez en cuando los rayos tímidos de la luna en cuarto creciente.

—Oye, Baygusin!—dijo el oficial en tono amistoso y sincero—. Dios es el mismo en todos los pueblos. Entre vosotros se llamá Alá, ¿no es verdad? Pero esto no tiene importancia, Dios vela por todos nosotros, por los rusos como por los tártaros. Ahora bien, hay que decir la verdad, ¿eh?

Si la ocultas, tarde o temprano ha de saberse, y en ese caso será peor para ti. Te aconsejo que confieses; el castigo quizás no sea tan severo.

Además, yo mismo voy a solicitar que no se te castigue con demasiado rigor. Te doy mi palabra de honor, comprendes ? En nombre de tu Alá, te ruego que digas la verdad...

Baygusin siguió mudo. No se oía más que el tic—tac del viejo reloj.

—Pues bien, Baygusin—volvió a decir después de un pausa bastante larga el oficial—. Te lo ruego, no como tu jefe, sino como hombre... Es por EL DIOS 13