Página:El dios implacable - Kuprin (1919).pdf/192

Esta página no ha sido corregida
188
 

oía en silencio, mientras seguía dibujando sobre el hule la cabeza de mujer a lo María Estuardo.

Por su falta de experiencia, no podía encontrar el tono firme e imperioso que era necesario para contener la elocuencia del suboficial. Por decir algo, preguntó:

—¿Y qué se va a hacer ahora de Baygusin ?

Ambos comprendieron la inutilidad de aquella pregunta. Sin embargo, Ostapchuk respondió con un placer visible:

—Creo, mi teniente, que será apaleado... Goza de mala fama desde su evasión del año pasado.

Sí, ahora no se irá de vacío... Sin duda será apaleado.

Kozlovsky leyó la declaración del suboficial. Este aprobó con la cabeza y cogió la pluma para firmar. Después de poner su grado y su nombre, quedó muy contento, y su rostro irradiaba satisfacción.

Luego fué introducido el sargento Piskun. Los jefes le inspiraban un miedo terrible. Cuando le preguntaban algo, respondía en tono oficial, como quien lee una comunicación.

—¿Sabes—le preguntó Kozlovsky—quién ha robado las botas del soldado Esipaka?

—¡No, mi teniente!—gritó, más bien que dijo, Piskun, mirando a Kozlovsky con ojos de espanto.

—¿Quizás sea Baygusin?

¡Sí, mi teniente!

—Pero no has visto tú cómo se ha cometido el robo?