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veces leía yo en su rostro la duda, como cuando se oye la charla de los niños o de los locos.

"Cuando terminé, me dijo, evitando mirarme directamente a los ojos, pero con mucha cortesía y dulzura:

"—Verá usted... Naturalmente, yo no dudo; pero... hemos recibido telegramas... Y, por otra parte, sus camaradas de usted... Yo estoy seguro de que usted está completamente normal, pero... en ese caso, nada pierde usted con hablar unos diez minutos con el médico. Se convencerá inmediatamente de que sus facultades mentales se encuentran en un estado perfecto, y recobrará usted su libertad. Como usted comprenderá, eso no es de mi incumbencia... Yo no estoy autorizado para tomar decisiones.

"Fué tan amable, que despidió a tres de mis conductores, dejando tan sólo conmigo a uno, después de hacerme jurar por mi honor que no escandalizaría ni intentaría fugarme.

"Pronto llegamos mi guardián y yo al hospital. Era, precisamente, la hora de visita y la espera no fué larga. A los pocos minutos apareció el médico director, acompañado de algunos otros médicos, de unos veinte estudiantes y enfermeros.

"El director se acercó a mí y me miró fijamente, con una larga mirada escrutadora.—Aquí no tiene usted enemigos y nadie le hará ningún daño.

Sus enemigos se han quedado en otra población y no se atreverían a venir aquí... Mire usted, a su alrededor no hay más que buena gente; algunos