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tro departamento se volvió a cerrar... De nuevo me ví derribado en el banco entre los brazos de hierro mi implacable verdugo.

"Por fin el tren se detuvo en la estación de N....

Transcurridos diez minutos, vinieron en mi busca tres empleados. Dos de ellos me cogieron muy fuertemente por las manos; el tercero y mi verdugo me sujetaban por el cuello de mi abrigo.

"Me hicieron salir del coche. La primera persona a quien vi en el andén fué un coronel de gendarmes, de magníficos bigotes y bellos ojos azules, del mismo color de su quepis. Dirigiéndome a él, exclamé:

"¡Señor coronel, sírvase usted escucharme!

¡Se lo suplico!

"Hizo señal a mis conductores de que se detuvieran, se acercó a mí y me preguntó con una voz muy cortés, casi acariciadora:

"¿En qué le puedo ser útil?

"Yo notaba bien que hacía esfuerzos para conservar su sangre fría; pero las miradas inquietantes que lanzaba sobre mí, así como la expresión de angustia extremada que se leía en su rostro, testimoniaban claramente que yo le inspiraba miedo. Comprendí que me debía contener y hablar lo más tranquilamente posible; de otro modo, también él me tomaría por loco. Y le conté, con voz serena y reservada, sin apresurarme, todo lo que había pasado.

"Me creyó o no? En ciertos momentos me escuchaba con una compasión muy viva, pero otras