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"Empecé a comprender la terrible verdad. Cuando mi verdugo se calmó un poco le dije:

"Bien, me comprometo a no moverme. ¡Suélteme usted!...

"Comprendí perfectamente que ninguna explicación serviría de nada con aquel bruto. No había más sino tener un poco de paciencia. Aquel enojoso error se disiparía pronto, sin duda.

"Al principio, mi verdugo no hizo el menor caso de mi promesa de estarme quieto, y continuaba apretándome entre su terribles brazos; pero después, viendo que yo no me movía, me soltó y se sentó frente a mí en el otro banco. Sus ojos me seguían continuamente, como los de un gato que vigila el menor movimiento de la rata; cuantas preguntas le hacía quedaban sin respuesta.

"El tren se detuvo en una estación. Oí en el pasillo de nuestro coche una voz que preguntaba:

"Está ahí el enfermo ?

"Otra voz respondió:

"Sí, señor jefe.

"Se abrió la puerta, y una cabeza asomó tímidamente, cubierta con una gorra encarnada de jefe de estación. Esperando que me sacara de aquella situación terrible, salté de mi sitio y exclamé con voz suplicante:

"¡Señor jefe de la estación, en nombre de Dios!...

"Pero apenas había pronunciado estas palabras, el jefe, asustado, desapareció. La puerta de nuesEL DIOS 12