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pocos momentos dormíamos los tres. Yo dormía mal, con un sueño inquieto, como si presintiese alguna desgracia. Hasta tenía pesadillas, y a veces daba un salto, asustado de mis propios gritos.

"Cuando me desperté definitivamente, eran ya las diez. Mis compañeros de viaje no estaban en el coche, habían bajado del tren en una estación a las seis de la mañana. Pero en cambio, hallábase sentado frente a mí un mozo muy robusto y muy alto, con una gorra de empleado ferroviario.

Me miraba fijamente. Yo puse un poco en orden mi tocado, cogí una tohalla de la maleta y quise salir al tocador para lavarme. Pero apenas me hube acercado a la puerta, mi desconocido compañero se levantó bruscamente, me cogió con fuerza entre sus brazos y con gran violencia me arrojó en el banco. Furioso por aquella insolencia, hacía yo esfuerzos sobrehumanos por desprenderme de él y asestarle algunos golpes, pero no me podía mover: las manos de aquel mocetón me apretaban como un torno.

"—¿Qué quiere usted de mí?—grité sofocándome bajo el peso de su cuerpo. ¡Váyase usted!

¡Déjeme en paz!

"En el primer momento, llegué a tener la idea de que me las había con un loco. El mocetón, excitado por la lucha, me apretaba cada vez más fuerte, y repetía, con una alegría salvaje:

"¡Espera, pequeño! Pronto te atarán una cadena... Entonces sabrás lo que tienes que hacer...