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Slavianov se inclinó al oído de Mijalenko y susurró, con una voz llena de terror:

—A veces sueño que "alguien" me persigue.

Corro de una habitación en otra, y ese "alguien" corre detrás de mí sin cesar. Quiero cerrar la puerta con llave, pero no me da tiempo; además, las llaves están mohosas, mis manos no me obedecen, y "él" se acerca. Sé muy bien que "él" me va a coger en seguida, pero sigo corriendo de una habitación en otra...

¡Sí que es triste!—dijo suspirando Mijalenko. Debías cuidarte.

—¡Lo peor es que me detesto a mí mismo!—continuó Slavianov—. ¡Todo mi ser me repugna!

Yo, Slavianov—Raysky, vivo como un mendigo, alargando la mano, ¿comprendes esto? Y todos nosotros somos así. ¡Cadáveres con movimiento, viejas reliquias de teatro!... ¿Y esto es la vida?...

Se cogió el cuello de la camisa y con un movimiento nervioso, lo desgarró de arriba a abajo.

Sus hombros temblaban y los sollozos sacudían su cuerpo.

Mijalenko tuvo miedo.

—¡Vete, te lo ruego! ¡Acuéstate! ¡Tengo miedo, ya no puedo más!...

Llorando sin cesar, Slavianov, descalzo, se dirigió a su cama y se echó en ella. Estuvo mucho tiempo llorando, suspirando y hablando consigo mismo.

Lidin—Baydárov no podía dormir tampoco. Las migajas del pastel que acababa de comerse le pi-