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en aquella mesa, rodeado de los míos, con la pipa en la boca, la sonrisa en los labios, oyendo el ruido de las conversaciones, de las risas... Pero no hay sitio en aquella mesa para mí; soy el viejo, el payaso, de quien nadie se acuerda. Y permanezco allí, en la calle, acurrucado en un rincón, temblando de frío, mirando por las ventanas iluminadas aquella felicidad familiar que yo no he conocido nunca... Por las obras que yo he representado, sé que hay en el mundo mujeres dulces y piadosas, fieles y buenas, verdaderas amigas.

Pero, dime, Mijalenko, ¿dónde están esas mujeres? ¿Las hemos conocido nosotros? Yo he conocido el amor de las mujeres, pero ha sido una caricatura del amor: las aventuras galantes después de la función, los gabinetes reservados de los restaurantes de moda. Allí oía conmovedoras palabras de amor... tomadas de los fragmentos teatrales, que nos sabemos de corrido, de los papeles amorosos. "¡Yo te amo con un amor sin límites; tómame, soy tuya toda!" ¡Cuántas actrices me han declarado eso con tono patético en los gabinetes reservados! He tenido a veces relaciones más duraderas; pero así y todo, eso no era nada, nada... La vida vagabunda de una en otra ciudad, los pequeños dramas y las rencillas de bastidores... Y ahora, cuando mi vida toca a su fin, no tengo a nadie en el mundo. Nadie, lo entiendes?

Mi alma está vacía, y un aburrimiento mortal se apodera de mí y me penetra hasta lo más profundo. Mira, a veces...