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ni aliento. Mientras que tú eras un verdadero artista.

—No, eso no, Mercurio Ivanich; es un sacrilegio compararme con usted. Yo no he sido más que un actorcillo. Pero cuando pienso en usted, en lo que usted era, en lo que es ahora, se me encoge el corazón.

—Vamos, Sacha, eres demasiado modesto. Me acuerdo de ti en el "Matrimonio", de cómo estabas.

Habías representado con tanto talento, que todo el público se retorcía de risa. Yo mismo estaba celoso de la tempestad de aplausos que el público te prodigó. Pero estabas tan cómico, que yo mismo, a pesar de mi mal humor, me reía a carcajadas. Ahora no se sabe ya representar con tanto fuego y tanto talento. Pero no has tenido suerte. Eso les pasa muchas veces a los hombres de talento...

—Sí, es cierto—convino Mijalenko, halagado.

Sí, el público me acogía bien. Es el alma lo que me ha perdido. Sin eso...

—El alma o el destino, lo mismo da. Yo he tenido suerte y he conocido la gloria: tú, en cambio, a pesar de tu gran talento, permaneciste en la sombra. Pero el resultado es el mismo: los dos hemos caído en el agujero, en el mismo cazamoscas. Somos hombres acabados.

—¡Es el "vodka" lo que le ha perdido a usted, Mercurio Ivanich!—dijo con voz triste Mijalenko.

—Sin ese maldito "vodka", no hubiera usted caído.

—No hablemos más de eso—protestó Slavia-