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risita de contento, y su hábito de frotarse las manos, no le gustaba a Bobrov. Había en él algo humillante, y al mismo tiempo una expresión de ultraje y de maldad. Siempre estaba al corriente, antes que ninguno de sus colegas, de todas las intrigas y chismes, y los comunicaba a los demás con mucho regocijo, sobre todo a aquellos para quienes fuera desagradable. Al hablar, se agitaba mucho y tocaba a su interlocutor las manos, los hombros, los botones de la americana.

—¡Hace mucho tiempo que no se le ve a usted!—exclamó, con su risita antipática, apretando largo rato la mano de Bobrov—. ¡Se pasa usted mucho tiempo en casa leyendo! ¡Siempre leyendo!

—¡Buenos días!—respondió secamente Bobrov, retirando su mano—. No estoy bien del todo estos días.

—La familia Zinenko le echa a usted mucho de menos —dijo, subrayando sus palabras—.

¿Por qué no va usted ya por su casa? Anteayer estuvo allí el director y preguntó por usted. Se hablaba de los altos hornos, y el director tuvo para usted elogiosdijo irónicamente Bo¡Muy complacido!

brov, saludando.

—No; en serio... El director dijo que la administración aprecia a usted mucho, como ingeniero de grandes conocimientos, y que puede usted llegar muy lejos, si quiere. Según él, no había -