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Slavianov—Raysky se despertó también. Después de la borrachera de la víspera, sentíase muy mal:

tenía la cabeza pesada, las piernas y los brazos como llenos de plomo y muy mal sabor de boca.

Todo movimiento le hacía daño. Poco a poco y etapa por etapa, fué recordando lo que le había pasado la víspera: el café Cafarnaum, el escándalo que había dado, el coche en que volvió al asilo.

Cuando recobró por completo el conocimiento, se acordó de que en el bolsillo de su abrigo tenía media botella de "vodka"; como borracho experimentado, guardaba siempre, antes de comenzar a beber, poco de "vodka" para la mañana siguiente. Bajóse de la cama y se dirigió, descalzo, hacia la percha donde estaban los abrigos. Un minuto después se le oía beber, apoyando los labios en el cuello de la botella.

—Raysky, mi querido amigo, dame un poco a mí también—susurró con acento suplicante Mijalenko. ¡Me aburro tanto!...

Slavianov levantó la botella y miró si quedaba mucho "vodka". Había un poco; pero nunca había negado nada a nadie.

—¡Bueno, dame tu vaso!—dijo suspirando.

Se oyó en la oscuridad el ruido del "vodka" que caía en el vaso.

¡Gracias, querido, muchas gracias!—dijo Mijalenko. ¡Qué fuerte es este "vodka"!... ¡Eres un buen camarada, Slavianov!

—Hay que vivir en amistad y concordia... sobre