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Después de larga indagación, el artista sacó del bolsillo unas cerillas, bolitas de algodón, polvo de tabaco y algunas monedas.

¡Aquí están, mi viejo amigo! ¡Tómalas! Y óyeme bien y se golpeó el pecho con un gesto magnífico: la miserable ruina de lo que antes era el gran artista Slavianov—Raysky te honra con su amistad a ti solo!

Y se echó a llorar con lágrimas abundantes, cálidas, histéricas. Lloraba, porque su brillante vida había terminado; lloraba por su vejez solitaria, porque no le comprendía nadie, porque le echaban del café como a un mendigo.

Hacía ya mucho que sus compañeros se habían dormido; pero Slavianov—Raysky no podía dormir. Hablaba sin cesar, dirigiéndose a su vecino Stakanich, que le respondía con ronquidos.

Refería su glorioso pasado, sus laureles, sus enormes éxitos, describía los hermosos carruajes, las coronas de plata, la veneración del público. A veces, declamaba en alta voz fragmentos de monólogos dramáticos, y aun después de dormido seguía soñando con los laureles, la gloria, los aplausus y el entusiasmo de las muchedumbres.

VI

Hacia la una de la madrugada el cielo se cubrió de nubes y empezó a soplar el viento y a caer una lluvia fina. El tilo se estremecía con violentas sacudidas, detrás de la ventana. El farol, que estaba junto al tilo, ponía resplandores inciertos,