Página:El dios implacable - Kuprin (1919).pdf/160

Esta página no ha sido corregida
156
 

Stakanich, sentado sobre la cama, respondió:

—La memoria me es infiel, amigo mío.

—¡Imbécil!—le apostrofó Slavianov, y continuó:

¿Y qué es la vida? ¡Es un jardín desierto, estrangulado por las malas hierbas!

Seis semanas apenas han pasado...

—¡Le ruego a usted, señor Raysky, actor borracho, que acabe con su estúpida declamación !gritó de nuevo Mijalenko—. No está usted en una de esas tabernas en las que acostumbra a hacer el payaso por un vasito de "vodka" o un bocadillo de jamón.

—¡Cállate, cretino!—respondió Raysky con un gesto dramático. ¿A quién hablas tú? ¿Has pensado en ello? ¿Has olvidado que, en otro tiempo, considerabas como un gran honor ayudar al gran artista Slavianov—Raysky a ponerse los chanclos cuando iba al teatro? Tú, que tenías siempre a la prensa y al público de espaldas; tú, miserable número de estadística. ¿Tú te atreves a hablarme así? ¡Largo de aquí, imbécil!

—¡Idiota, borracho!—respondió el otro con voz ahogada en un acceso de tos.

—¿Has olvidado que hay un abismo entre tú y yo?—continuó Slavianov—. Cada milímetro cuadrado de mi cuerpo es un gran artista, mientras que vosotros sois todos podredumbre, parásitos del teatro...

—¡No le dé tan fuerte, señor Raysky!—gritó fieramente Lidin—Baydárov—. ¡Si sigue usted in-