Página:El dios implacable - Kuprin (1919).pdf/16

Esta página no ha sido corregida
12
 

y las palabras, que llegaban de lejos, sólo le producían enojo.

Sobre todo, irritábanle ahora, al atravesar el taller de los raíles, los rostros pálidos, ennegrecidos por el carbón y resecados por el fuego, de los obreros. Viéndoles trabajar en la atmósfera cálida del hierro candente, mientras el viento frío de otoño penetraba por las puertas abiertas, casi experimentaba un sufrimiento físico. En estos momentos, se avergonzaba de su exterior bien cuidado, de su ropa fina y de sus tres mil rublos de sueldo al año.

II

Se detuvo en un horno y siguió con la mirada el trabajo que se hacía en él. A cada momento abríase ampliamente la enorme boca flamante, para tragarse los grandes trozos de acero, de trescientos kilogramos cada uno, que salían en caldo de la enorme estufa. Un cuarto de hora más tarde, aquellos pedazos de acero, después de pasar, con un ruido formidable, por docenas de máquinas de rodaje, caían en el otro extremo, convertidos en largos rieles brillantes y pulimentados.

Alguien puso la mano sobre el hombro de Bobrov. Este se volvió, malhumorado, y vió a su colega, el ingeniero Sveyevsky.

Este hombre, de busto un poco inclinado hacia adelante, como si estuviera siempre en actitud de saludar a alguien, con su eterna sonrisa—una