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154 orgullo del teatro ruso, yo había dejado en él una huella imborrable, y actualmente me hallo perdido en los bajos fondos de la sociedad. ¡Esto sí que es una tragedia, imbéciles! Sí, yo soy Slavianov—Raysky, un gran artista, mientras que vosotros, todos a todos los presentes los envolvió en un amplio ademán—, no sois sino estiércol, basura, protoplasma...

—¡Vamos a ver! ¡Protesto! ¡Esto es inadmisible! ¡No se puede tolerar!—empezaron a gritar de todos lados voces indignadas—. Echadle a la calle! ¡Hay que llamar a la Policía!

Un mozo de café cogió a Slavianov por el brazo y lo llevó la puerta. No opuso resistencia, pero continuó insultando a todo el mundo. Cuando salió fuera, rompió un cristal y su puño sangraba.

El empleado y el periodista se dijeron que no era justo abandonar así al viejo artista, borracho y enfermo. Les costó mucho trabajo conseguir que les diera sus señas. Ayudados por el portero, lo metieron en un coche.

—Oiga usted—dijo el cómico dirigiéndose al empleado—, me parece que usted era mi compañero de mesa. Pues bien, deme un rublo.

—Con mucho gusto—se apresuró a decir el otro, sacando su portamonedas.

—Muy bien—dijo Slavianov al recibir el dinero. Señale este día con tinta roja en su libro mayor. Hoy ha tenido usted el honor insigne de dar una limosna al gran artista Slavianov—Raysky. ¡Y ahora, vaya usted al diablo!...