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rio. Sacaba veinticuatro mil rublos de renta anual de una sola finca... Y luego, el pequeño Juan Alexandrovsky... ¡Ese sí que era un hombre! ¡Levantaba con una mano trescientos kilogramos! !Trescientos kilogramos! ¿Puedes tú comprender eso, viejo?

Completamente borracho, no gastaba ya cumplidos con sus compañeros de mesa, los tuteaba, y olvidándose de su proposición de que se arreglaran las cuentas a la americana, pedía sin cesar "vodka" y licores.

Luego, con voz ronca de borracho, empezó a recitar monólogos, a gritos, dando puñetazos sobre la mesa, y haciendo grandes gestos. A veces se le olvidaban las palabras; entonces las sustituía por largas pausas dramáticas; contoneábase y levantaba las manos lanzando en derredor trágicas miradas.

Pronto sus nuevos amigos empezaron a sentir cierto malestar. Muchos clientes, abandonando sus mesas, se agruparon alrededor de Slavianov—Raysky para asistir a aquel espectáculo improvisado.

El propietario se había acercado al actor borracho y trataba de volverle a la razón.

—Oígame, señor Slavianov, se lo ruego... No escandalice. Está usted en un café decente y no lo puedo permitir. Además, los parroquianos podrían protestar. Lo mejor es estarse tranquilo, como conviene a personas bien educadas...

¡Déjame en paz, cochino burgués!—gritó Slavianov fijando en el propietario una mirada trá-