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Créanme, sé apreciar la amable atención de usted... No, mil gracias; no puedo aceptar el almuerzo que me ofrecen, pero al menos beberé una copita de "vodka"... Eso, con mucho gusto...

Bebo con una condición: las cuentas a la americana, cada uno paga lo suyo... Gracias. ¡A la salud de ustedes!... No; no se molesten, estoy muy bien así... Gracias, mi querido compañero, es usted muy amable... Muy amable, mucho...

Estrechó la mano del periodista, alzando un poco el codo, haciendo gestos y tomando actitudes elegantes.

Slavianov rechazó el almuerzo, porque, como alcohólico viejo, sufría desde hacía mucho tiempo de falta de apetito. Pero, en cambio, bebía mucho "vodka" y mucha cerveza. Pronto se emborrachó y empezó a charlar sin medida. Mientras almorzaban sus admiradores, criticaba el menú, refería cómo se alimentaba a los lechoncillos en Tambov y a los terneros en Susdal, y contaba maravillas de los pescados que había comido antaño sobre el Volga. Luego habló de los banquetes fabulosos que le dieron sus admiradores en numerosas ciudades y de la comida solemne con que le obsequió la prensa de Moscú. Con facilidad, sin tropezar una sola vez, nombraba una porción de gente que, en realidad, eran personajes de dramas y comedias. Llamaba a todos los seres fantásticos por su nombre de pila, como si fueran sus íntimos amigos.

—Sanchka Putiata... Un hombre extraordina-