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ambiente de taberna había resucitado en él la cortesía artificial, amanerada, exageráda, con que los actores hablan al público fuera del teatro. Si alguien se acercaba al mostrador, retrocedía cortésmente, hacía un gesto amplio con la mano y, modulando su magnífica voz de barítono, decía:

—¡Mil perdones, señor! ¡Hágame usted el favor!

Cansado de estar de pie, se sentó en una mesita, muy cerca del mostrador, y pidió un periódico.

El café se iba llenando de parroquianos. Casi todos eran estudiantes, que acudían allí atraídos por la baratura, modestos empleados del Estado y viajantes de comercio. Pronto estuvieron ocupadas todas las mesas. Dos parroquianos llegaron, uno ya de edad, con nariz curva, que parecía el pico de un loro, y otro, pequeño, con lentes, muy inquieto y nervioso. No encontraban mesa libre, y miraban a todas partes. Raysky lo notó.

Levantándose ligero, dijo con pomposa cortesía:

—Si ustedes lo permiten, señores... Me tomo la libertad de ofrecerles un sitio en mi mesa...

Los dos señores dieron las gracias y se dirigieron al mostrador para tomar, antes de sentarse, una copa de "vodka". Ambos eran considerados como buenos clientes. Estrecharon la mano del propietario y empezaron a hablarle en voz muy baja. Slavianov—Raysky comprendió que tratabande él. Haciendo como que se hallaba absorto en la lectura del periódico, percibió con su oído ex-