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y luego decía usted que se la había dado el público. ¡Cochino!

Estuvieron insultándose así largo rato, sin miramientos; las palabras mas terribles acabaron por perder toda su eficacia y resultaban inofensivas. Lo más absurdo de la escena era que se hablaban de usted, y este "usted" sonaba de un modo extraño junto al chaparrón de injurias y groserías, más propias de las tabernas o de los mercados. Por fin, se cansaron y empezaron a insultarse en voz baja, con intervalos largos, como perros que gruñen después de terminada la riña.

Mijalenko no había aún satisfecho su rabieta de vejancón enfermo. Cuando trajeron la comida, la emprendió con Stakanich, afirmando que éste había cogido una silla que él consideraba como suya.

Después riñó al criado Tijon que servía la mesa.

—Oye, tú, vieja rata de guarnición! ¡No toques los platos con tus dedos sucios!

—¡Pero!—protestó el viejo soldado—. Mis manos están muy limpias; me las acabo de lavar con jabón.

¡Ya te conozco!—continuó furioso Mijalenko. ¡Habranse visto héroes parecidos! ¡Vosotros, cuando la guerra de Crimea, vendisteis Sebastopol por un saco de patatas!...

Tijon estaba acostumbrado a los violentos apóstrofes de los actores y los soportaba con una fiema imperturbable. Pero lo que le hacía montar en cólera eran las alusiones de Mijalenko a Sebastopol y a las patatas legendarias. Rojo de inEL DIOS 10