Página:El dios implacable - Kuprin (1919).pdf/145

Esta página no ha sido corregida
141
 

Sí, Stakanich. El nacimiento del hombre no es más que un azar; pero su muerte es una ley.

Tú, sin embargo, has sido un buen mozo, y el más apreciable de todos los apuntadores que he conocido en mi larga y estúpida vida. Nos conocemos desde hace algo menos de cien años; pero nunca tuve queja de ti. Por eso quiero hacerte un regalo... para que te acuerdes de mí... Coge esta petaca... Es todavía bastante buena; es de concha...

Ahora no saben ya hacer petacas como ésta. Es una antigüedad, por decirlo así. Antes tenía un monograma de oro, "aber" me lo han robado... o quizás lo haya perdido yo mismo... ya no me acuerdo... ¡Tómala, Stakanich!

—Gracias, "Abuelo"; pero haces mal en creer...

—"Aber" no digas tonterías. Tómala. Hay dentro una pipa... también de concha. Es muy buena, tiene un olor fuerte, está toda impregnada de humo...

Stakanich abrió la petaca, cogió la pipa, la examinó atentamente y suspiró:

—Gracias, "Abuelo". La pipa es magnífica. Mi suegro era jefe de bomberos, y daba a éstos sus pipas, antes de servirse de ellas, para que fumaran. Afirmaba que después la pipa era más agradable.

—Y tenía razón. Así, pues, coge la petaca y la pipa. Quizás te acuerdes alguna vez de tu vie—jo camarada. Pero tengo que pedirte un favor...

Después de mi muerte, quedarán aquí algunos objetos: una sábana, almohadas, algunas ropas...