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II

El 14 de septiembre era día festivo. En el asilo sólo quedaban el apuntador Stakanich y el "Abuelo". Los otros habían salido a la ciudad.

Mijalenko, que a veces se hacía contratar, gracias a sus antiguos compañeros, para figurar en un espectáculo cualquiera, había recibido precisamente una invitación para tomar parte en una "matinée" teatral. Dos días antes del acontecimiento, empezó a adular desvergonzadamente a Lidin—Baydárov, elogiando su voz y sus éxitos increíbles con las mujeres: quería que el ex tenor le prestara su cuello postizo de papel, sus puños, que estaban relativamente limpios, su corbata roja muy usada. Baydárov iba a comer los días festivos a casa de un comerciante a quien conocía, y que le daba de limosna alguna ropa interior usada, unas monedas, cigarrillos y te.

Todo esto, como es natural, lo ocultaba cuidadosamente Baydárov, primero, para que no se burlasen de él los demás asilados, y, además, por temor a que éstos le pidieran algo de lo que sacaba de sus visitas.

Esta vez, conquistado por las lisonjas de Mijalenko, le prestó su cuello postizo, sus puños y su corbata.

Slavianov—Raysky había cobrado la víspera un pequeño subsidio de la Sociedad de Actores, e iba a la ciudad con un pensamiento único: el de pasar todo el día en su café predilecto, que osten-